miércoles, 7 de agosto de 2013

Mr. Increíble

Es normal que últimamente no me pase nada que pueda reflejar con mi "particular estilo" en una entrada de este blog. Estando de baja, en reposo, sin salir de casa, no es fácil que me pase algo espectacular... Lo más que podría pasar, aunque sería raro, que un electrodoméstico se vuelva loco y atacara a todo lo que se le ponga delante, aunque lo más temible que tengo dentro de casa es la nevera, que ya está un poco vieja, ya que la secadora y lavadora, están en "el-cuartito-de-la-azotea" y con lo que costó subirlos, no los veo bajando por su propio píe.

Pensando en mi vida, estoy viviendo una época extraordinariamente tranquila, no sé si el haberme casado a principios de año, tendrá algo que ver, pero cierto es que desde entonces mi rítmo de publicaciones se ha reducido drásticamente, quizá por falta de "aventuras", aunque me da que es la "calma que precede a la tormenta", y augurio de que el año que viene la cosa se podría poner interesante. Hasta entonces deberé ver la forma de redactar las cosas que me pasan de manera que encajen aquí... Me siento un poco como "Mr. Increible" después de su retirada como "súper" y antes de volver a la acción. Hablo de la película de Pixar "Los Increíbles", por supuesto.

En esta cinta de animación, los superhéroes, se veían obligados a integrarse en la sociedad y pasar inadvertidos, ocultando sus "súper poderes" y comportándose como personas normales y llanas. El problema se centra en uno de ellos, Mr. Increíble, que no es capaz de olvidar sus años de gloria y vivir una vida monótona junto a su familia, metiéndose en algún que otro lío.

Yo también tengo días de gloria pasados. Mi vida no se ha caracterizado por ser una vida plácida, monótona, llana, anodina, regular... si no más bien todo lo contrario. Siempre he tenido cosas "increíbles" que contar, cosillas que le han puesto sal a mi existencia: Viajes, nuevas experiencias, proyectos más o menos arriesgados, algún que otro accidente... incluso he dado alguna que otra rueda de prensa... aunque no fue muy multitudinaria...

Me temo que hasta que la cosa vuelva a acelerar, tendré que conformarme con las pequeñas cosas, detalles inocuos, experiencias que le pasan a todo el mundo, pero que contado de una forma correcta, podrían encajar... vamos a probar:

"El afeitado de la muerte":

Aquella mañana me costó abrir los ojos... la noche anterior me dediqué a devorar sin compasión un libro y me había acostado tarde. Con un andar patizambo, torpe, avancé hacia el baño y, cuando me miré en el espejo... horror... me dí cuenta de que hacía días que no me afeitaba y tenía la cara llena de vello y la barba descontrolada.

Corrí como un loco hasta la habitación, cogí la máquina cortapelos y pasé por la cocina, corriendo como poseso, para encender el calentador. Este proceso agotador me dejó casi sin aliento y por poco acaba con mi vida. Cuando me acercaba a mi mesita de noche, mi gata, Grey, salío debajo de la cama de improviso e hizo que tuviera que esquivarla... Salté sus impresionantes y casi insuperables ¿20 cm? superándola y  rozándole los pelillos del lomo (cualquiera le toma la medida a un gato, si este no quiere)

Ya estaba frente al espejo, había humedecido la barba y me concentraba con la cuchilla en la mano, cualquier error podría ser fatal... Guiada por mi experta y firme mano, la cuchilla arrasó varios foliculos, pasando muy cerca de la línea de barba, que de cortarla inadecuadamente tendría que quitármela y dejarme perilla... Tras tres (o cuatro) agotadores, tensos y estresantes minutos, había terminado con los indeseables pelos que deformaban el dibujo de mi barba, sin embargo, quedaba lo más difícil, recortar. 

Saqué mi nueva y flamante cortapelos de la caja, la encendí. El zumbido de su pequeño motor inundó la estancia. Acerqué con mucho cuidado el artefacto a mi cara, colocándolo en la base de la barbilla y recorriendo la línea de pelo a contradirección. Sudaba por la tensión. Lo tuve que hacer seis o siete veces más, a cada movimiento sentía la tensión en forma de corriente por mi espalda, subiendo por la columna...

Tras quince angustiosos minutos, mi cara ya tenía el aspecto que deseaba... y había eliminado cualquier prueba del suceso, que se desparramaban por todo el lavamanos en forma de pelillos recortados. La jugada maestra. Salvo que me miraran, nadie se daría cuenta.

La adrenalina corría por mis venas, había terminado con un montón de pelillos faciales, con precisión, sin piedad. Me sentía poderoso. Aprovechando el subidón, seguí con mi frenética mañana... pero esta vez con algo, que de hacerlo bien, pondría los pelos de punta al más valiente. Salir a comprar el pan.

Cruzar la puerta era un acto de valor sin medida. Estaba de baja y cualquier descuido podría terminar conmigo en el hospital. Me puse mis gafas de sol e inicié mi peligrosa misión, avanzando cien agotadores metros hasta una escalera en un callejón, que me llevaría hasta la Calle Mayor. Con cuidado bajé cada peldaño, había bajado dos o tres demasiado rápido y pude notar mis latidos dentro del pecho. Me paré de inmediato, no por el corazón, si no porque me había entrado un mensaje al móvil. La gente me miraba, estaba llamando mucho la atención... siempre he sido un "tipo loco" y no he hecho mucho caso de las normas sociales. ¡Leía a plena vista! con un par.

Estaba frente a la panadera que me desafiaba con la mirada. "Deme una barra, blanquita" ordené. Ella me dío la espalda y yo me preparé para su reacción. Agarró una barra y se dirigía hacia mí con determinación. Debía ser rápido. Saqué sesenta-y-cinco-céntimos del bolsillo y los usé para frenar su avance. Armándome de valor, los dejé encima del mostrador. Ella extendió la mano, me dío la barra y cogió el dinero. Ya había cumplido, tenía que volver a casa.

Usé el mismo camino para el regreso, pero subí por unas escaleras mecánicas, arriesgando. Debía controlar mi rítmo cardíaco, aquella locura podría poner en peligro mi recuperación cardíaca, debía estar al límite...

Finalmente cerré la puerta de casa y dejé la barra en la cocina. Había sido una mañana trepidante y debía descansar. Y así pasó otra de las increíbles y locas mañanas de mi vida... 






















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