martes, 17 de mayo de 2016

En bici al trabajo.

Sí, es cierto: la paternidad te cambia la vida. Es un trabajo de veinticuatro horas al día, siete días por semana, exigente como pocos y prioritario como el que más, por ello, cualquier otra actividad debe ser postpuesta en beneficio de la primera: Vida social, aficciones, viajes, hobbies, higiene personal y hábitos de sueño, autoalimentación, gustos y necesidades varias y,  por supuesto, el deporte. todo es secundario cuando tienes una "réplica genética" que te necesita para cualquier cosa.

El deporte, para mí, siempre ha sido mucho más que una aficción. Sin el, mi índice de masa corporal se descontrola, la tensión se me acumula en los músculos y nervios, me cuesta dormir y una larga lista de signos que dicen: "nene, súbete a la bici y date un paseo largo". Puedo ignorar esa necesidad un tiempo pero, cuando recibo una llamada del Centro de Control Orbital de la Agencia Espacial Europea, avisándome de que, según los datos que manejan, comienzo a tener gravedad propia y, que todos los satélites notan mi presencia cuando pasan sobre mi "zona-de-influencia" es cuando me veo obligado a tomar medidas.

No es algo fácil de organizar. Hay que prepararse un café, sacar la agenda, apuntar las actividades inamobibles y buscar huecos libres, escasos estos días. Entonces es cuando te das cuenta de que, como no empieces a ir en bicicleta al trabajo, lo tienes crudo. ¿Qué? ¿Veinte kilómetros cuando estoy en el parking más lejano, sumando ida y vuelta? ¡Pero si el verano pasado me hacía no menos de cincuenta por salida! esto no me va a hacer ni cosquillas, estoy mucho más en forma que eso...

Entonces la decisión está tomada. Al día siguiente te preparas la mochila: Uniforme, cena, ordenador portátil, libro, agenda, dos termos de té, cargadores de móvil, toalla, gel de ducha... Te das cuenta, cuando casi no puedes cerrar la mochila, que los paracaidistas lanzados sobre Francia, en la Segunda Guerra Mundial, llevaban un equipo más ligero que el tuyo pero, a pesar de ello, "tiras pa´lante" con convicción.

Las primeras pedaladas las afrontas con ciertas dudas pero, recuerdas el viento en la cara de "cuando-estabas-en-forma" y avanzabas como si no fuera nada. Recuerdas que ese repecho no era más que un suspiro y que no te hacía falta siquiera levantarte del sillín para superarlo. Pero tus músculos comienzan a poner caras raras ante la primera "cuestecita", diciéndose entre ellos: "¿Y esto?" poco acostumbrados desde hace meses a algo más que a subir y bajar la escalera de casa. Entonces es cuando te das cuenta de que la inactividad, el peso que acumulas en la espalda (y en la zona abdominal) te van a pasar factura.

Después de un kilómetro aun te dices a ti mismo "es-que-estoy-frío" y hace promesa de calentamiento para la próxima vez, pero también piensas que hubiera sido una buena idea consultar el pronóstico del tiempo, ya que llevas un viento de cara de treinta km/h y la suave cuesta que tienes que superar para llegar al tu lugar de trabajo se ha convertido en L´Alpe d´Huez, mítica cima de El Tour de Francia.

Avanzado el recorrido ves pasar, con mirada golosa, los tranvías que solías coger cada día, y piensas que quizá podrías acortar un poco, "solo la subida", y lo harías, pero ya estás tan cansado que no estás seguro de si podrías sacar las zapatillas de los calapiés a tiempo y caer al suelo antes de poder apoyarte. Así que continuas pedaleando penosamente.

Al fin llegas al punto más alto de tu ruta, desde ahi solo tendrás algunas bajadas, mucho llano y un repecho final. Has quemado las tres últimas comidas subiendo y ya estás empapado de sudor. La dotación de la ambulancia que se ha parado en el semáforo, ve tu precario avance y decide seguirte a ver si llegas, a donde quiera que vayas.

Comienza la bajada. La agilidad y reflejos felinos que habías adquirido para moverte entre el tráfico se ha reducido drásticamente. Te sientes como una gacela corriendo entre leones, todos parecen decididos a cenarte. Si antes no te inmutabas con un coche que pasaba a poco más de un metro, ahora te parece que has esquivado la muerte por un milímetro. Los mossos d´escuadra, la policía autónoma catalana, ven tu incierto y errático avance por la vía pública y también deciden escoltarte, junto con la ambulancia que ya te sigue y que pide refuerzo de un vehículo de soporte vital avanzado.

Aprovechando un semáforo en rojo, encuentras un tramo de carretera un poco más despejada y puedes avanzar unos metros sin estar sufriendo por los vehículos que cohabitan a tu alrededor. Subes plato y bajas piñón, intentas encontrar un poco de la fuerza muscular que aun te quede y aceleras tratando de llegar al siguiente semáforo "en verde" para no tener que frenar en plena bajada. La ambulancia y el coche de policía encienden los rotativos y se ponen "a rueda".

La cuesta se va pronunciando, la velocidad aumenta y de pronto ya no estás seguro del estado de los frenos. Hace mucho que no usas la "mountain bike" y, por desgracia, el semáforo del fondo se pone en ámbar. Accionas el freno trasero que chirría y se queja con amargura. El peso de la mochila, la inclinación de la carretera y tu propia masa corporal, multiplica la inercia en muchos kilos. El roce del freno contra el disco hace saltar chispas y pareces un avión de combate tocado, dejando una estela negra, a juego con cómo lo ves para detenerte antes del semáforo. Un camión de bomberos, que espera para incorporarse, desde una calle a la derecha, te ve pasar como una bala y, temiendo por el desenlace final, se une a tus dos vehículos de escolta.

Los nervisoso avisos del personal de seguridad y emergencias, temiendo un fatal desenlace, consiguen que hacia la mitad del recorrido las calles hayan sido cortadas para dejarte pasar y no provocar un desastre. Los rotativos de coches de la Guardia Urbana tiñen de azul la noche, la gente se apelotona a los bordes de la Avenida Diagonal preguntándose que ocurre, Protección Civil ha vallado la zona y se ha levantado un hospital de campaña a la puerta de tu trabajo.

Tus progresos son... precarios. Sudas profusamente, los gemelos te arden y el corazón te late con tanta fuerza que se activan los sismógrafos de toda la provincia de Barcelona, (aunque sin aviso de tsunami) de momento. Los helicópteros iluminan tu camino y, lo único que te impide poner un pie en tierra y subirte al tranvía para llegar a trabajar es tu anquilosado orgullo de "vieja promesa del deporte nacional".

Por fin entras en el tramo final de tu ruta. Queda un kilómetro de llano y luego una subida asesina de cuatrocientos metros, que se te antoja como una pared vertical de granito. Por ese entonces ya solo te mantiene el ánimo de la gente que se apelotona tras las vallas instaladas, que aplaude a tu paso y te alienta para que sigas avanzando. Dos de los camiones de bomberos han comenzado a lanzarte una cortina de agua para evitar que el calor corporal, debido al esfuerzo físico, hagan arder la ropa que llevas. El casco ya se te ha fundido sobre la cabeza.

Con el tráfico cortado ya no hay que preocuparse de los semáforos, encaras la última subida, giras  rápidamente a la izquierda por Via Augusta hasta tu destino, la carretera se empina y allá arriba ves las luces del Tibidabo, el parque de atracciones de Barcelona, el brillo de la luna, tu vieja habitación de alquiler (altitud) y la Estación Espacial Internacional atada a ella.

El plato más pequeño y el piñón grande la bici son insuficientes, tus piernas se mueven casi a match 2, pero apenas consigues avanzar. Notas toda la fuerza de la gravedad en tus carnes y maldices a Sir Isaac Newton mientras, la distancia que te separa del trabajo, se va reduciendo en centímetros-por-hora.
Los equipos sanitarios van enchufando los dispositivos de soporte vital y ya solo escuchas tus propios latidos, al borde de la parada cardiorespiratoria.

Al fin llegas. Pones el píe en tierra y enseguida se te echan encima una docena de médicos y técnicos que te ponen oxígeno, electrodos para monitorizarte y te enchufan en vena un cocktel de sustancias para evitar que te vengas abajo. La multitud se dispersa y los equipos de emergencias vuelven a sus rutas. Las televisiones confirman la llegada y los periodistas comienzan a teclear.

Llegas ante tu compañero para hacerle el relevo, más muewrto que vivo escuchas el parte del día, te informa de las novedades y se va tan rápido como puede y rezas, rezas por que llueva cuando te toque salir, y puedas volver en tranvía a casa.