viernes, 2 de marzo de 2018

Okupa.

Si mi vida fuera una película o una serie estaríamos en el episodio previo a unos de esos momentos épicos que suelen marcar un momento de máxima audiencia. Uno de esos episodios que mantienen a medio país pegado a la tele, cuya crónica llena todas las charlas cafeteras en los bares, los corrillos en los descansos de las empresas, las crónicas de media tarde en casi cualquier cadena. Si mi vida fuera una serie, el lunes se podría seguir el desarrollo del capítulo en pantalla de cine, con sonido Dolby-Atmos-4D-2000-SuperTope-de-Lo-Mas, ya que las grandes salas, los teatros y los estadios deportivos harían oferta y llenarían sus recintos con lista de espera kilométricas de las que provocan reventas de muchos ceros en las esquinas y en oscuros foros de internet, en las que los poderosos compran todas las entradas de un pabellón para poderlo ver ellos solos, quizá con una reducida corte de pelotas y lameculos. Si el lunes fuera ese capítulo, medio país tendría el-culo-apretao.

Os pongo en situación. Berlín sufre estos días una epidemia de gripe de las guapas. El virus ha repuntado las cifras con brutalidad ayudado por la ola de frío polar que arrasa media Europa. Después de muchos días aguantando el asalto vírico, mi sistema inmunológico se ha visto superado y he caído (heroicamente) y me he visto obligado pues a estar unos días "parado", todo lo que puede estar parado el-padre-de-un-cachorro-de-tres-años, en cualquier caso no he ido a clase.

Hoy he ido notando la mejoría y he previsto que el lunes podré ir a clase, con lo que me he vestido con toda la ropa que había en mi cajón y, tras dejar al peque en la guardería, me he ido "al cole" para preguntar por los ejercicios que se están haciendo.

En la puerta del edificio había unos pocos "valientes" fumando apretados, como una manada de pingüinos, ya que estábamos a varios grados bajo cero y con la sensación térmica más baja que en un ultracogelador industrial. Algún compañero me ha reconocido y me ha salido al paso para preguntarme cómo estoy, pero parecía querer retenerme ya que me cortaba el paso a cada momento.
Tras zafarme y poder seguir mi camino, dos compañeras más que pasaban el recreo en la entrada, a cubierto del frío, han repetido la jugada y me han interceptado. La conversación ha sido breve pero, una vez que no había gran cosa que decir me han seguido reteniendo. Ya he empezado a preguntarme qué ocurre.

Tras hacerles un recorte digno del Gobierno de España en los derechos sociales de los trabajadores he subido al primer piso seguido por ellas. Por el camino algunos se giraban y seguían mi ascenso hacia el aula. Dos de mis profesores me han visto y me han preguntado, intentando hacer que los siguiera, lo que me alejaba del aula, pero tras toser dos o tres vez se han alejado haciéndose cruces como un demócrata que ve venir un camión sin frenos pilotado por el "expresident Puigdemont". La mitad de los profesores están de baja estos días y a los que quedan los meten en una cámara especial a prueba de virus, suspendidos criogénicamente, para que no caigan también víctimas de la gripe y tengan que cerrar y quemar el centro por la peste gripal.

Al fin en el primer piso, donde se encuentra mi aula, me he detenido frente a la escalera, he observado y me han observado. Se ha hecho un intenso silencio. A mi izquierda mi clase, con la puerta abierta y la luz de la pizarra electrónica filtrándose al pasillo. Me he dirigido cauteloso y he cruzado el humbral. Allí habían unos cuantos compañeros en sus sitios, que también han dejado de hablar al verme, se han mirado entre ellos y a continuación han mirado hacia donde debería estar MI SITIO desocupado, ya que no estaba asistiendo a la clase.

Estos días hemos empezado un nivel nuevo, por lo que habían compañeros recién llegados que no me conocen todavía, pero que han adivinado a la primera de qué va la historia. Diez nuevos, nada más y nada menos.

He avanzado en un silencio absoluto hacia el centro del aula. Medio colegio estaba en la puerta, apretujados como sardinas intentando ver lo que ocurría y, desde el centro geográfico de la clase, se ha producido un intenso duelo de miradas con un rival inesperado.

Pausa dramática.

Siete minutos de anuncios.

Música de suspense.

Allí, en mi sitio, en mi silla, en mi mesa, sin pedir permiso y con descaro, un chico con la cabeza rapada, gafas de Dalai Lama y envuelto en una toga color colorante-para-paella-del-mercadona de maestro KungFu, de los que les dan patadas en "los bajos" y no se inmutan, me miraba con descaro. Nos hemos desafiado con tal intensidad que las luces se han fundido, las ventanas han golpeado como empujadas con una ráfaga de viento, el suelo ha temblado y el tráfico, en la calle, se ha detenido. Las alarmas de todo el edificio han saltado.

Lo menos que esperaba era que, "El-Pequeño-Saltamontes" ejecutara un ataque Kung-fu preventido y sorpresivo, tirando de tópico, pero se ha mantenido impasible esperando mi movimiento. Despacio, para no provocar una batalla catastrófica para los presentes me he dirigido a mi compañera de pupitre, he extendido la mano, ha puesto el libro abierto por la página que vamos y tras un rápido vistazo le he devuelto el libro para dirigirme a la puerta retrocediendo, sin perder de vista al okupa que el lunes deberá pagar su atrevimiento.

Al salir del aula todos parecen haber respirado de nuevo y poco a poco han vuelto a hablar entre ellos. Los corrillos han desviado su atención y yo he salido del centro observado por cientos de compañeros que saben, que el próximo lunes se librará la batalla final por la soberanía del pupitre que preside el aula.