martes, 25 de febrero de 2014

Making Off

Hace pocos días, a través del twitter de este blog (@ojos_del_gato) alguien me hizo una pregunta: "Desde que se te ocurre la idea, hasta que lo escribes... ¿Cómo lo haces?"

Es una de las preguntas más interesantes que me han podido hacer, más que nada, por que alimentan mi egocentrismo de forma salvaje, estimula mi creatividad para escribir esta nueva entrada en el blog, y me permite pasar un rato de esta noche con poco trabajo.

El origen de este blog, además de en mi gusto por escribir, está en los emails que enviaba a mi familia y amigos con mis "andanzas" personales. Me gustaba enviarles un resumen semanal de todo lo que me iba pasando, exagerando todos los acontecimientos y tratando de contarlo con gracia, no como una lista de "hechos" o vivencias, si no como una historia conectada que les sacara, al final de la semana una sonrisa. 
De modo, que cualquier cosa susceptible de ser aumentada y exagerada, tras pasar por mi teclado, se convertía en una increible aventura del día a día.

Después de un tiempo enviado estos emails, alguien me dío la idea de hacer un blog con mis, por así llamarlo, aventuras, y sin dudarlo me puse a ello.

Que fácil me resultó publicar la primera historia, y que difícil la siguiente ya que, mi propio éxito apagó mi creatividad.

Por aquel entonces tenía un amigo que se había vuelto a Ucrania por la maldita crisis. Él es médico y, entonces, trabajaba en una universidad haciendo revisiones médicas a sus alumnos. Me dijo que recomendaría a sus pacientes, que estudiaban castellano en aquella universidad, que entraran al blog para leer un castellano "fresco y actual" y, tras escribir y publicar la primera historia, recibí un aluvión de visitas procedentes de aquel país. Inmediatamente me bloquee y tardé casi dos meses en ser capaz de superar mi "miedo escénico", tras lo que, después de un irregular comienzo y pasado algunas semanas de adaptación, fui adaptando mi ritmo a un par de historias al mes.

En el día a día pasan muchas cosas y, evidentemente, no sirve cualquiera, pero cuando ocurre algo que tiene cierta importancia, mientras lo soluciono, o cuando recuerdo algo del pasado y lo recreo desde mi "memoria-a-largo-plazo", comienza un proceso de "engorde y modelado" que, si da la talla, termina cuando pulso el botón de "publicar".

Por poner un ejemplo, en la historia de una de mis mudanzas, "altitud", explotaba el detalle de la arquitectura de la que entonces era mi humilde morada, una habitación en un ático de un céntrico edificio bastante "añejo", con escaleras super-altas y un pasillo muy estrecho, que a pesar de ser "sólo" cuatro pisos, se me hacía largo como una ascensión al monte Everest.

Sobre esta base, la de la considerable altura que se alcanzaba en tan pocos pisos, comenzaba a asentarlo todo, exagerándolo a un nivel considerable, tanto como tener la Estación Espacial Internacional atada a mi balconada mediante una cuerda.

Con la idea base, y un poco de tiempo, mientras hago mis actividades diarias, voy haciendo algunos ensayos en mi mente. Se me ocurren párrafos enteros que terminan por plasmarse en la historia, o que terminan por dar forma a otra cosa, o incluso a alguna historia paralela, como es el caso de "Superhéroe" y "Mr. Increíble". O bien, si estoy en una noche tranquila de trabajo, voy escribiendo, borrando y reescribiendo, hasta que la historia termina por ser lo que pretendo.

Una vez escrita la historia, tras dejarla reposar unas cuantas horas en forma de "borrador", la reviso un par de veces y, entonces, comienza mi gran batalla contra mis más feroces enemigas. Las comas.

Las comas, a mi forma de ver, es uno de los signos ortográficos más complicados de colocar, y que más cambian de posición en mis textos. La presencia o ausencia de una simple coma puede cambiar el sentido de todo un párrafo y, precisamente por esto, son tan importantes a lo largo de una historia. Ya se sabe el ejemplo:

Vamos a comer abuela. O. Vamos a comer, abuela.

Una vez que está todo como creo que debe estar, tras un último vistazo en "borrador" y posteriormente en "vista previa", esto es, el texto tal y como aparecerá cuando esté publicado, finalizo el proceso de edición y lo cuelgo en el blog, con lo que empieza la segunda parte: promoción.

Envío un email con el enlace a las personas más cercanas a mí, publico en el facebook de este blog (blog Los Ojos del Gato), lo comparto con mi facebook personal, lo publico en twitter, comprueblo las estadísticas en un primer momento, cuyas primeras visitas suelen ser de Estados Unidos. Al cabo de unas horas, o unos días, con suerte, me llega algún mensaje de mis allegados con sus impresiones sobre la historia, o de alguno de mis seguidores de Twitter, como @javafe75, que ocasionalmente me hace algún comentario que hace que me hiche como un palomo, o @pelirroja77, otra de mis más fieles seguidoras, y a los que agradezco en público su apoyo a este humilde aficionado a las letras.

En los días sucesivos incordio un poco y pregunto, vuelvo a colgar en enlace y voy mirando las estadísticas. De vez en cuando, aparece en ellas algún país poco habitual, como Polonia, tras publicar "Tiene cajones la cosa". Y con el paso de los días, tras el subidón que me produce todo este proceso, vuelve la calma.

A veces de inmediato, a veces tarda un tiempo, pero mis dedos vuelven a hormiguear pidiendo guerra de nuevo, y vuelvo a estar pendiente de todo lo que pasa, cada suceso lleva a una prueba en mi mente a ver si se desarrolla una historia, hasta que, finalmente, una de esas pruebas arraiga, comienza a crecer, y de pronto se plasma en este blog, empezando todo de nuevo.





domingo, 16 de febrero de 2014

Tiene cajones la cosa.

Yo no digo que cualquier persona tenga que ser ingeniero/a, tampoco que a una gran y abrumadora mayoría le puedan hacen falta dichos conocimientos ni que, gracias al Gobierno de España en general, y al Ministro Wert en particular, aunque nos fuera la vida en ello, podríamos costear semejante carrerón, sobre todo con lo que nos cae desde el Hemiciclo del "Honorable" Congreso de los Diputados, pero bueno, no nos desviemos del tema porque, en esta entrada, estoy hablando de un humilde y corriente cajón.

Por una vez no hace falta buscar doble-sentidos. Un cajón, sí. Un simple (en apariencia) y tranquilo cajón, que viene a ser parte de mis herramientas de trabajo diario.

Examinemos al culpable, para que todos veamos a lo que, mis desorientados clientes, deben enfrentarse:

Es un cajón, abierto únicamente por su lado superior, que permite la introducción y extracción de cosas en su interior. Dicho prodigio-de-la-creatividad-humana, se desplaza sobre railes en un recorrido limitado en el espacio, por debajo de lo que se denomina "vidrio-de-seguridad" otro concepto que revisaré luego.

Este cajón en concreto tiene una particularidad, o dos, que lo pueden diferenciar de otros cajones, a saber:

- Tiene un sistema de seguridad que permite, al que lo maneja, bloquearlo a placer o por necesidad, de modo que el que hace el papel de cliente, no pueda moverlo desde fuera del vidrio de seguridad.
- Tiene dos compartimentos, uno grande para las mercancías, y otro más pequeño para monedas y pequeños objetos.

El segundo objeto a analizar es el vidrio de seguridad, que me separa de la noche y de la fauna (y flora) que me visitan en mi noche barcelonesa. Una lámina de vidrio grueso, transparente, incoloro, inodoro y, presupongo, insaboro, ya que no me dedico a lamer el vidrio, que hace las veces de "escudo protector", a veces más para mis infames clientes que para mí mismo.  

¿Y por qué le estoy dedicando una entrada completa a estos objetos tan potencialmente "tontos" como un cajón y un vidrio, convirtiendo así esta entrada, en una de las más complicadas en las que me he embarcado? Pues porque parece que tan simples objetoa supera en inteligencia y movilidad, incluso el vidrio que es totalmente estático, a muchos de los visitantes que tengo cada noche, dejándolos anonadados, en ocasiones con cara de "pero esto ¿qué-es-lo-que-es?" ante el reto que se abre (y ya puestos se cierra) ante ellos.

Lógicamente voy a descartar a todos aquellos que llegan, hacen lo que han venido a hacer, y se van. Elementos que debieran ser una aplastante mayoría aunque, según la estadística, no son minoría, pero tampoco mayoría absoluta.  

Me voy a centrar en aquellos que se quedan aterrorizados, paralizados, petrificados, es más, zombificados.

Y vamos allá:

El vidrio: Por definición, un objeto sólido es algo sólido. No se puede atravesar sin ejercer una fuerza que descomponga su solidez, ni con partes del cuerpo ni con objetos como billetes o monedas, por ejemplo. En definitiva con otro sólido. Ni líquido ya puestos, salvo que este sea corrosivo y corroa el vidrio. Pues bien, a muchos parece confundirles el hecho de que dicho objeto sólido no se pueda atravesar, a pesar de que sí lo haga la luz, y por tanto, se pueda ver através de él, e intenten entregar el dinero, o recibirlo, a través del vidrio, colocando la mano en posición "dame" o "toma" y esperando que mi mano lo atraviese como si fuera el fantasma de la película Ghost. (Patrick Swayze)

Pero esto no viene a ser más que una anécdota... El cajón, es el tema central de esta historia y sobre él voy a formular unas cuantas leyes físicas elementales, esperando, que alguno de mis desorientados clientes lea esta entrada.

La paradoja espacial: Como bien comentaba, este objeto se desplaza muy brevemente en el espacio, como unos cuarenta o cincuenta centímetros adelante o atrás, que es la distancia que se necesita para que el cajón recorra la distancia entre dentro-y-fuera de la tienda. A muchos les haría falta ver una entrega de "supercoco", con su voz de pito, recitando incansablemente: "Esto es dentro, y esto es fuera..."

Pues bien, el cajón, al igual que el vidrio, es sólido, pero muchos intentan que éste les atraviese como, por no abusar del bueno de Patrick, (DEP) como si fueran el fantasmilla Casper, y me veo obligado a empujarles para  poder abrir (el cajón) y entregarles así la compra. Dicha acción únicamente parece despertar en una gran parte de mis anonadados clientes, el sentido competitivo, ya que una mayoría me miran como diciendo "pues yo puedo más" y únicamente se rinden cuando ya he ejercido sobre ellos una fuerza equivalente a la de mover un todo-terreno.

La inmovilidad de lo inamobible: Una de las características del cajón, como enumeré hace unos párrafos, es que se puede bloquear desde el lado "maestro", mediante un seguro accionable por una palanca. Si el "maestro" no está accionando la palanca, el cajón no se mueve.

Comprendo la duda y el noble espíritu de algunas personas de "inténtalo al menos", pero ese intento no debiera ir más allá de lo razonable, ya que algunos ponen el mismo empeño en "no ser movidos por las buenas" cuando el maestro, yo, abre el cajón, como cuando ellos intentan cerrarlo y no se puede. Un simple empujón, dos en caso de un emprendedor, debiera convencerles, pero en más de una ocasión me he encontrado con un elemento haciendo esfuerzos titánicos para intentar doblegar al cajón bloqueado.

La indecisión volumétrica: Si cada vez que uno de mis clientes cambiara un billete del cajón grande al chico y viceversa, yo emitiera un sonoro "Ole", como si estuvieran haciendo pases toreros, a pesar de mi ferrea oposición a semejante barbarie, quizá se acabarían las tonterías... hasta cinco cambios he llegado a contar de uno a otro y del otro a uno, y quizá aún estaría en ello, de no ser porque yo dije "da igual" pero aquella danza billetesca corría el peligro de convertirse en un bucle infinito de cambios. Vamos a ver: adelante y atrás. El cajón no se va a ir a ningún sitio y el billete no se va a perder. No hay una razón lógica para tanto cambio.

Y por último: El Muelle. El movimiento ultra rápido que hacen muchos, semejante a "la indecisión volumétrica" pero limitado a un solo cambio, que realizan cuando he empezado a cerrar el cajón, generalmente acompañada por cara de "¡Ay que me pilla, ay que me pilla!" Recordado es el caso del único al que casi le parto un dedo, un taxista, que a un milímetro de que el cajón se cerrara, metío la mano para cambiar un billete, del espacio pequeño al grande. Lo cierto es que, casi, se lo merecía.