miércoles, 14 de febrero de 2018

Vigilados (II)

Es, quizá, mi tercera entrada en  un año. También desde Alemania, donde seguimos intentando remontar la historia donde nos metimos hace algún tiempo y que estamos consiguiendo enmendar con cierta dignidad.

Fruto de este batacazo, y a pesar de este enorme bloqueo que he sufrido en mi creatividad, por un lado, y el frenético rítmo que llevamos desde que estamos en Berlín, de vez en cuando encuentro alguna grieta en mi realidad espacio-temporal y me puedo releer alguna de las viejas historias que figuran en el archivo de este blog, provocando un propósito de enmienda que no siempre encuentra el "eco" de mi musa a la hora de sentarme a escribir. Bien. Hace unas semanas me vino a la cabeza cierto "incidente" con un potito de la merienda de mi hijo, en un lugar muy concurrido como es la estación de cercanías de Plaza Catalunya, en Barcelona. Mi peque apenas había cumplido el año y, tras la última cucharada de su merienda,  la "ejectó" por completo y a traición, sin aviso previo, para verme desbordado por tal repentino acontecimiento. Para más datos, consultar el enlace.

Aquel día comencé a sospechar que existe una organización secreta de madres que vigilan a los papás-con-niños, cuando la madre "titular" no se puede encontrar al mando de estas situaciones. Hoy lo he confirmado y he descubierto que, dicha organización, es internacional.

Desde hace tiempo vengo notando que, cuando voy desde la guardería de mi retoño hasta casa, siempre hay ojos que vigilan cada pequeño incidente que ocurre en el camino; Si el peluche-mascota-favorito se cae al suelo, (casi) siempre hay una mano femenina que lo alcanza antes de que yo pueda hacerlo. Si se pone a llorar por cualquier cosa, una señora, desde una prudencial distancia, le hace una mueca al niño y este empieza a reirse. Si él estornuda, expulsando elegantemente el contenido nasal, y yo no sé exactamente en qué bolsillo llevo los cleenex, siempre hay una alemana que sale al quite y me tiende un pañuelo en una fracción de segundo. Es sospechoso, pero no concluyente.

Hoy, tras salir de la guardería, mi hijo ha aplicado el concepto de "guerra relámpago" a la mayor rabieta que ha tenido hasta ahora, llegando como un tsunami y junto a una parada de tranvía, para maximizar el impacto vergonzante por el gran número de expectadores presentes. Hubo un par de momentos en que creí que la policía me iba a detener con el cargo de secuestro infantil, aunque finalmente, "die Polizei" no se ha personado.

Andábamos tranquilamente hacia la parada del tren cercanías, por primera vez sin el carrito que ha sido sustituido por su bicicleta, cuando "el peque" ha levantado la mirada siniestramente y ha dicho, (en su idioma) el equivalente a "galleta", sin pensarlo, le he dicho un "ahora no, que vas en bici" lo que ha sido el detonante. En menos de lo que un avión pasa a velocidad supersónica, el niño ha tirado la bici al suelo y él ha hecho lo propio con un berrido que ha conseguido que los presentes se giren. Tras verme atravesado por muchas, muchas miradas, he decidido mantenerme firme y dejar que se revolcara por el suelo a su gusto. No hacía falta asegurarse de que nadie que no lo viera le fuera a pisar, ya que sus gritos equivalían en potencia a los de una alarma de incendios.

Tras unos momentos, los presentes se han vuelto a girar y han continuado con sus vidas. Algunos, se habrán ido al otorrino para comprobar que no tuvieran daños en los tímpanos, pero tres mujeres se han quedado vigilando la escena, "triangulándose" a mi alrededor a modo de apoyo logístico, de lo que en un principio no me he dado cuenta.

Todos los intentos de desviar la atención de mi hijo de su cabreo han sido en vano, por lo que decidí que lo mejor era sentarse a esperar e ignorarlo. Ha sido cuando me he puesto a observar y me he dado cuenta del escenario en que me encontraba: en una ventana, una anciana al teléfono parecía dar instrucciones. La señora más cercana a mi, también con el móvil en la oreja, asentía y miraba a una segunda que parecía entender. La tercera nos miraba alternativamente, primero al niño y luego a mi, mientras escribía algo en una carpeta, que debe ser el informe a "la titular". En un momento dado, el niño, llorando sin control, babeaba y moqueaba como si no hubiera un mañana y, al ir a buscar los cleenex, la de la carpeta se ha acercado con un pañuelo en la mano y ha balbuceado algo como "wutanfall". En ese momento he hecho lo que hace cualquiera que no entiende del todo el idioma, he asentido y he sonreído, esperando que no fuera un "mal padre" o algo del estilo.

En un momento dado la rabieta ha pasado. Sin mediar palabra, cosa que no suele hacer, ya que apenas habla, el peque se ha levantado y aun con ganas de juega hemos empezado a andar, yo he respirado aliviado de alejarnos de la parada del tranvía, pero entonces, en medio de la carretera, ha repetido la escena.

Tras sacarle de enmedio de la calzada y viendo que mi actitud en "el primer acto" ha sido el adecuado y solo tenía que aguantar, me he vueto a sentar y he seguido observando, esta vez con el móvil en la mano. La abuela, desde su atalaya seguía observando, pero las tres "rescatistas" ya no estaban. En lugar de eso ha salido una señora de un local y ha intercambiado miradas conmigo, a mi me ha dado la impresión de que me decía "no cedas que se pasa" con una medio sonrisa de entendimiento. Tras unos momentos en que el nuevo brote ha ido pasando, se ha hecho el silencio, aún con el niño en el suelo, que debía estar pensando "maldición, no funciona" de nuevo la señora de la carpeta ha pasado por la acera de enfrente para cerrar el informe del incidente.

Como si no hubiera pasado nada, me he encontrado al niño sobre la bici, me ha mirado y ha dicho "vamos". De camino a la estación me he quedado pensando en el tema, atando cabos, y me he dado cuenta de que, en Alemania, también los padres estamos vigilados.