jueves, 31 de enero de 2013

La tengo pequeña.

Debo rendirme a la evidencia. Desde siempre, todas las mujeres que han pasado por mi vida me lo han dicho, aunque no lo han notado únicamente ellas. Familia, mis amigas y amigos, profesores, compañeros de gimnasio y/o tenis... la gran mayoría, en un momento u otro, lo han notado, de modo que debe ser cierto... la tengo pequeña.

Reconocerlo es, quizá, un buen primer paso para empezar a poner remedio, y que mayor reconocimiento que haciéndolo público en un sitio como internet, ¡que lo sepan todos! Es un problema y necesita solución ahora que soy joven y, sobre todo, si quiero mejorarla, más ahora que me voy a casar y tengo que estar a la altura de las circunstancias. No hay de qué avergonzarse.

En mi defensa, y aferrándome al refranero, el sabio y rico refranero español, diré que "No importa lo que tienes, si no como lo usas"

En estos días he pensado mucho en el tema, indagado en foros, consultando a amigos, leyendo revistas "online" especializadas, buscando ejercicios y recopilando consejos. Las conclusiones que puedo sacar, después de documentarme a fondo, es que los motivos pueden ser hereditarios, genéticos, a causa de enfermedades, traumatismos, que puede ser pasajero y hasta debido a malos hábitos alimenticios, drogas o toxicos, entre otros...un sinfín de posibilidades. Tambien, teniendo en cuenta que estoy operado, es posible que esos fallos pasajeros puedan ser debidos a la intervención, ya que me quitaron un buen trozo del órgano, no es de extrañar que la tenga tan cortita desde entonces.

Teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado desde aquello, no es una cosa que me venga de dos días, ya va de largo, y aunque dicen que la edad también importa en estos temas, siempre fue así, pero me resulta en ocasiones bochornoso, cuando se produce el típico encuentro, habiendo pasado tiempo desde la última vez y se hace evidente la falta de funcionamiento de este mecanismo. Si el, o la persona no es de contacto habitual, una de esos individu@s que sólo te encuentras de vez en cuando; un antiguo vecino, el tendero del barrio que te asalta fuera del sitio habitual y te pilla un poco frío, un tio o tía lejano... tampoco viene siendo tan grave, pero siendo una persona con la que te viste casi a diario, un amigo "intimo" de la familia o, sobre todo una ex, es algo más perturbante y da peor imagen.

Dicen los medios consultados, que la alimentación es muy  importante en el funcionamiento, que un correcto riego sanguíneo que aporte los nutrientes necesarios a tan "delicado" aparato es esencial, así como hacer un correcto uso continuado, por así decirlo "ejercitarla".

Es fácil realizar un entrenamiento, aunque hay que tener cuidado, ya que podría ser poco discreto hacerlo en público y bastante evidente, para alguien observador, descubrir a lo que te dedicas. La cara de una persona que la ejercita, por así decirlo, es de lo más reveladora; mirada perdida, expresión de concentración "visualizando", incluso de cierto esfuerzo... No, es recomendable que nadie te vea hacerlo para poder centrarte y concentrarte en el tema.

Por mi formación y experiencia sabría con cierta facilidad como hacerlo. He trabajado durante mucho tiempo con abuelos y abuelas, a ellos hay que estar estimulándosela continuamente para que no siga su más que justificada decadencia. Sólo hay que marcarse unos objetivos y usar juegos y actividades diferentes continuamente, sin desfallecer y aplicara uno mismo lo que los "yayos" te han enseñado.

Pensando en el día a día, se me ocurren unos cuantos sitios para tratar de potenciarla:

El gimnasio: es ya de por sí un sitio de entrenamiento, estoy seguro de que no sería el primero en hacerlo, habiendo "futuros profesionales del deporte" entrenando en la sala, algunos de ellos conocidos por su fuerza en estos menesteres.

La cinta de correr, la bici elíptica, la piscina o incluso la zona de pesas, serían lugares adecuados para tratar darle un poco de alegría y sería fácil darse cuenta si pongo caras raras por estar la sala llena de espejos. 

El trabajo: Mi lugar de trabajo es nocturno. La mayor parte de las noches estoy tranquilo, y a ratos, podría ponerme a hacer ejercicios, pero debiera ser temprano, antes de que apareciera el sueño y teniendo cuidado de que no sea demasiado evidente delante de las cámaras. Mis jefes tampoco tienen porque saber que la estoy entrenando. No es que sea una cosa mala, pero algo bastante personal.

No se me ocurre otro sitio mejor que en la cama, antes de dormir. Es un lugar cómodo, íntimo, en el que puedes hacer un uso "salvaje" de tu entrenamiento en total intimidad, lejos de miradas curiosas e indiscretas ¡como si quieres reforzarla mientras haces el pino! además, se dice que el sueño es reparador para los procesos internos del "gran aparato".


Sea como sea, lo mejor que se puede hacer para evitar que se quede "fláccida" es usarla. Una memoria sana es un seguro en cualquier situación.






domingo, 20 de enero de 2013

Se alquila habitación

Quizá esté llevando un poco más allá de su significado el término "hombre objeto". No me refiero en absoluto al sentido figurado de la expresión, si no que lo digo literalmente y es que, mañana, por sexta vez en poco más de un año, me cambio de habitación, aunque es más correcto decir que "me mudan"

Se dice que cuando se encuentra un buen médico no hay que cambiar, y esto mismo lo voy a aplicar a mi compañera de piso que, aunque tiene un pronto "enérgico" cuando se la despierta, por accidente (claro), hay una relación lo suficientemente buena, como para seguirla a una nueva morada ya que, por una cosa u otra, tenemos que dejar el piso donde estamos.

Ni es fácil ni es común encontrar a una persona con la que se pueda convivir. Mi amplia experiencia en el tema, demuestra que es, de hecho, casi imposible, bien por diferencias de personalidad, bien por que el/la individu@ está como una regadera, el choque cataclísmico es casi inevitable, y cuanto más tiempo se comparte vivienda, más violento es. 

Hace algún tiempo, en Murcia ciudad, compartí piso con dos hermanos, a cada cual más loco. Eran de esas personas, cuya madre, durante el embarazo, debía de haber ingerido cantidades ingentes de liquido de frenos, como poco. Tenían ideas estúpidamente conspiranoícas, del estilo "algunos productos de primera necesidad, (como el arroz, la leche...) llevan chips para controlar los hábitos de consumo, con fines publicitarios" ante lo cual, no puede uno si no fingir compartir la idea con simulado entusiasmo, decir cuatro o cinco paridas del mismo estilo y luego correr a la ferretería más cercana, comprar e instalar un pestillo a la puerta tamaño "tranca medieval" y dotar la entrada de la habitación con matacanes para el plomo derretido, aunque parezca un poco exagerado, es casi recomendable. Nunca se sabe.

En casi cada una de mis seis mudanzas por la ciudad de Cornellá, hay alguna anécdota o anécdotas destacables.

Mi primera mudanza, en mi esperado regreso a Cornellá, (si bien no fue como hubiera deseado en un primer momento) fue a una pensión especializada en estancias largas.
A lo largo del tiempo he aprendido a "no decir nunca, nunca jamás" y no lo diré, pero sí que puedo asegurar, llegados a este punto, que sólo volvería allí si me encontrara amenazado de vivir en la calle, sin ropa, con una ola de frío que mataría a un pingüino con chaquetón y con un batallón de lanceros-a-caballo, amenazando con atravesarme con sus más que afiladas armas.
La cama era pequeña (casi me caía por los dos lados, estando tumbado de costado) y espectacularmente incómoda, hacía casi más frío en el interior de la pensión que en la calle, y el olor... ni encerrando un cerdo muerto, media tonelada de huevos podridos y el aliento de mi profesor de pretecnología del cole (Don Enrique, alias "el mosca", cuyo mote fue obra mía) en una cámara hermética, se conseguiría reproducir semejante peste, procendente de la habitación de mi vecino... desconozco que puñetas hacía en su interior para destilar semejantes efluvios. 

A pesar de todo, no era la habitación más económica de la que pude... disfrutar, de modo que, tras mucho buscar, encontré un piso al que mudarme, donde además de tener baño propio, tenía derecho a cocina.


Desconocía que, al cruzar la puerta, con mi ropa y chismes a cuestas, cual caracol, no estaba entrando en una casa, si no en el "octavo nivel del infierno" de Dante, concretamente en la séptima fosa (la de los ladrones).

Me llamó la atención cuando entré, que  la "cabeza de familia", madre de dos hijos y divorciada, insistiera, más allá de un simple consejo, que pusiera un candado en la puerta. Supongo que, echando mano del refranero, "cree el ladrón que son todos de su condición".

Aquel lugar, más que una vivienda, era una mezcla entre un drama "basado en hechos reales" y lo que imagino que será "Gandía Shore" (MTV) que jamás lo he visto, ni lo veré, pero me sobra con algún aislado comentario para entender, que es una oda al "palurdismo", el sumun de la telebasura, "Gran Hermano" elevado a la enésima potencia

La madre, divorciada de un expresidiario, prometida con un estafador condenado, pésima educadora de sus dos hijos, que crecían en estado semisalvaje, uno de ellos, en pleno "pavo" y apuntando maneras de futuro delincuente y la niña, aspirante en unos años a ocupante-de-esquina-en-barrio-poco-recomendable.

Una de las habitaciones la ocupaba la futura suegra de la "titular" del piso, condenada en juicio por estafa junto con su hijo, ya enchironado, y a la espera de entrar a la cárcel. Los fines de semana, la "santa" señora, por supuesto, se declaraba víctima de un error judicial, se traía a sus nietos, dos pequeñajos hiperactivos, uno de ellos con indicios de enanismo. El resto de la semana los tenía la otra abuela, ya que la madre también estaba en la cárcel.

¿Pero dónde coj... carajo me había metido?

Aquello, demasiado a menudo, era como un campo de batalla; la suegra le gritaba a la nuera, quien respondía devolviendo el "berrido", que además acusaba al niño de la nuera de cualquier cosa. Su madre entonces la tomaba con él, y este respondía atizando a la hermana, la hermana se iba llorando, cuando entraba el padre expresidiario, que tenía llave, y le atizaba un bofetón al mocoso que le hacía saltar los lunares, a todo esto había una gata pululando, que durante los "combates" tenía el buen juicio de venir a mi habitación o esconderse en algún rincón. Entre tanto, yo en la posición de "el loto" con las piernas cruzadas, los dedos haciendo "la rosquilla" y los antebrazos apoyados en las rodillas, levitaba de pura concentración mientras recitaba mi "mantra": aaauuuuummmmmmmmmmm... Paso de todooooaummmmmmmmmm...

Pasé poco tiempo en ese piso, no tardé mucho en empezar a buscar otro, aunque sí en encontrarlo. Finalmente me mudé con una familia rumana, a una habitación mucho más grande.

Fueron días tranquilos, hasta que comenzó a hacer calor. En una habitación interior, en un ático, con el sol pegando todo el día en la azotea... mi habitación se convirtió en un horno. Como conté en su día en la entrada "glaciación" me encontré luchando cada mañana, al llegar de trabajar, con bacterias termófilas hipertrofiadas, que durante la noche, con todo cerrado y sin pizca de aire, crecían espectacularmente debido a las altísimas temperaturas que alcanzaba la estancia, hasta que estas, llegaban fácilmente al tamaño de gatos.
Más de una noche libre, me vi paseando a las tres y cuatro de la mañana porque no podía estar en mi habitación.  En uno de esos paseos, me decidí a cambiar de aires...

En mi juventud salí con frecuencia a la montaña, incluso, en Protección Civil, hice un curso de espeleosocorro, pero hacía años que no había vuelto a tocar la cosa montañera... hasta que aterricé en la nueva habitación. Mis andanzas alpinistas las conté en "Altitud" cuando me encontré viviendo en otro ático, en la misma Rambla de Cornellá, al que se llegaba através de unas infernales escaleras, que mis rodillas no aguantaron. Además de aquellos setenta y nueve escalones, altos como la madre que los parío, había tres detalles que me mataban, a saber:

  • Un aseo tan pequeño que siempre tropezaba con todo.
  • Unas cucarachas en la cocina, primas hermanas, al menos en tamaño, de las bacterias termófilas de la otra habitación.
  • El horrible olor de píes del "titular" del piso. 
Me encantaba aquel piso y aquella habitación, es cierto, pero a pesar de los pesares, tuve que buscar otro sitio donde meterme ya que no soportaba los bajos niveles de oxígeno en altura, las altas dosis de ibuprofeno para las rodillas, que me iban a hacer un agujero en el estómago, y los interminables ascensos por aquella claustrofóbica escalera.

La cuarta mudanza, "resbalando por el mapa de Cornellá"de norte-a-sur, aterricé en el piso de unos brasileños, después devarios intentos, en los que alquilaron la habitación a otra personay yo, fui segundo plato.

Aspiradoras a las 11 de la mañana, una niña que no paraba los fines de semana, el cercano "mercado central" y un tio resfriado de la zona de descargas, que pegaba unos estornudos a las 7 de la mañana, mi hora de acostarme, que hacía temblar los cristales... y un susto tremendo el 21 de noviembre, que relaté en "¡Emergencia!"

El resto, lo dejaré para más adelante, ya que de momento, mi estancia con mi actual compañera ofrece poca o ninguna "chicha" sobre la que chismorrear...








lunes, 14 de enero de 2013

Baúl de recuerdos.

Un comentario de uno de "mis lectores" me ha recordado, que en otro tiempo, me gustaba escribir otro tipo de historias, muy distintas de la temática en la que me centro hoy día.

Tras bucear en mis archivos, (y sonrojarme por alguno de mis hallazgos) rescato un fragmento de un proyecto inacabado, a ver que os parece. Espero vuestros comentarios.

Dice así:


En aquella oscura noche sin luna, el cielo estrellado era testigo de una frenética cacería.

El frescor del aire, en esa aislada cordillera, comenzaba a tener el efecto de cuchillos en los pulmones de Sonia, la presa, que desde hacía más de tres kilómetros, corría a todo lo que daban sus jóvenes piernas, tratando de huir de cuatro hombres adultos que trataban de darle alcance, carrera que iba perdiendo metro a metro, ya sus perseguidores le arañaban medio metro a la distancia que les separaba con cada zancada.

Gemía de dolor y terror, el cual la tenía bloqueada y le impedía cualquier reacción lógica, cualquier razonamiento que podría ayudarla a ponerse a salvo, de modo que únicamente prevalecía su instinto de supervivencia que le gritaba que corriera, que corriera lo más rápido posible, lo más lejos posible, esperando un milagro que la salvara, milagro que no iba a llegar.

Sus movimientos en zigzag, tratando de no tropezar con cualquier rama, piedra o desnivel del terreno, campo a través, no hacían si no aumentar la distancia que recorría en relación con sus cuatro perseguidores, expertos en la caza, que se iban abriendo en abanico para controlar la dirección que tomaba la asustada niña, a la que ya casi habían acorralado.

Con solo diecisiete años empezaba a flaquear, estaba llegando al límite de su resistencia, y empezaba a comprender que su vida no iría mucho más allá de aquella maldita noche.

A pesar de todo, no podía arrepentírse de sus acciones. Había demostrando un valor, que ese momento nadie hubiera sido capaz de esperar, igualar, ni mucho menos superar.

Tenía las piernas llenas de cortes que iban salpicando allá por donde pasaba. Perlas de sudor impregnaban su cara y crecían hasta convertirse en torrentes que llegaban hasta el suelo. El inconfundible olor del miedo, adrenalina y sangre, dejaban un rastro imposible de perder, rastro que guiaba a sus perseguidores, los poseía y los empujaba directamente hacia ella.

Las cuatro sombras ya la tenían casi a su alcance. Estaban a penas a unos metros. Era cuestión de segundos que la detuvieran y llevaran a cabo, con la mayor eficiencia, su trabajo de exterminar a la ladrona, la última que osó entrar en el salón del trono y llevarse la más preciada joya que allí se guardaba.

Un dolor lacerante la hizo caer brutalmente, estrellando su liviano cuerpo contra el duro suelo e infligiéndole heridas que la dejaron sin aliento, que la hicieron retorcerse como la hoja de un árbol en otoño. 
El frescor del suelo, húmedo por la escarcha, contrastaba con el calor que emanaba su piel y había terminado empapado hasta su ropa interior.

Las sienes le iban a reventar bajo los salvajes latidos de su corazón, que imploraba un momento de paz. Estaba aterrada, paralizada por el miedo, a pesar de ya no notar el dolor por la daga que había rasgado hasta el músculo de su pantorrila izquierda, de pronto, en su campo de visión entraron los perseguidores.

Sus ojos emitían un brillo maléfico en la oscuridad. El sonido de sus respiraciones guturales, aceleradas, recordaban al de un animal en plena cacería, resonando como un gruñido sordo en la noche. Sus siluetas emitían un fulgor rojo que contrastaba con el negro del cielo, sin embargo su sombra era más oscura que el más profundo agujero que pudiera encontrarse en el cielo o la tierra.

Era su final. Siempre había temido al dolor en el momento de su muerte, era curioso que después de tanto sufrimiento, esperando ese momento, descubriera que tras dos o tres salvajes estoques de espada ya no sintiera dolor, herida de muerte como estaba.

De pronto sintió paz, casi podría decirse felicidad. Amor en su más amplio sentido, no por aquellos salvajes, llegados desde el inframundo para poner fín a su existencia, si no amor por sus padres, por sus amigos, por todos aquellos que la había ayudado alguna vez. Amor por una vida que se le escapaba a borbotones.
Cerró los ojos, a pesar de ello seguía viendo desde cada vez más altura. Contempló la escena de su asesinato, pudo, porque ya había abandonado aquel cuerpo, que en pocos segundos yacería inerte bajo las estrellas y aun anteponía las manos a los golpes, puñaladas y toda clase crueles acciones sobre el cuerpo vacío.

Ya sólo tuvo un momento de pavor cuando los cuatro, olvidándose de su cuerpo comenzaron a mirar hacía arriba en su dirección, siguiendo su trayectoria. Pudo sentir con toda claridad, el odio que irradiaban sus miradas, rabiaban al comprobar que su alma inmortal se escapaba y que su cuerpo ya no sufría.
Había fallecido en medio de la misión más importante de su joven vida, misión que no volvería a asignarse hasta que apareciera un ser capaz de llevarla acabo aunque, por lo pronto, ese ser aun no había nacido.

El cielo lloró por Sonia y un fulgor blanco, aparecido de la nada, evitó que la cacería se extendiera más allá de la faz de la tierra, hiriendo levemente a los cazadores que se dieron a la fuga.

martes, 8 de enero de 2013

¡Sexo gratis!

Bien, si este artículo no es del todo lo que esperabas, a lo largo de el, desvelaré una técnica para encontrar eso que has entrado buscando... ¡No te vayas! ya que estás aquí, lee el artículo. No te lo tomes como una tomadura de pelo, únicamente es un experimento, que llamaré "la importancia de un buen título", motivado por el estremecedor fracaso en visitas de mi anterior entrada "iniciativa solidaria".

No quiero especular sobre los motivos de esto, así que seguiré con mis historias de siempre, hasta que me de por contar dicha fórmula...

Creo que es buen momento para hacer balance de lo que fue dos-mil-doce, esas pequeñas historias que no merecen, por sí solas, una entrada en el blog pero que, unidas, es más que posible que consigan arrancar alguna sonrisa.

El año que ahora ha terminado me encontró en Barcelona, a la que me trasladé desde Murcia a finales de diciembre, tras unos pocos años fuera y a la que decidí volver respondiendo a una oferta de trabajo, que finalmente se esfumó,

Fueron cuatro meses duros, intensos, siempre al borde del abismo y "a un pelo" de caer. No había demasiada diversión... Lo debería dejar en que "pasé más hambre que el perro de un ciego" y cada día era más angustioso que el anterior, conforme se me iba terminando el dinero. Pasé  la suficiente hambre como para plantearme cosas que nunca me plantearía en situaciones normales.
Un conocido, que ya había pasado por una situación similar, me comentó que durante un tiempo, había hecho de "chico de compañía" o "scort". Esto trata de acompañar a mujeres económicamente pudientes, por una o varias noches a actos sociales, espectáculos, cenar, a un viaje o a cosas más simples como pasear o tomar un café. Llegado el momento, negociado de antemano, las obligaciones para con... "la clienta" han terminado, pero en ocasiones, dicha señora puede requerir otros servicios, que, aunque no son obligatorios, pueden constituir una notable ayuda económica.
A finales de abril, cuando ya solo me quedaban hacerme "puto" o regresar a casa-de-papá "con el rabo entre las piernas" sin un duro y con pocas posibilidades de trabajo en el pueblo, habiendo dejado atrás la ciudad que considero mi casa, y en ella, a mi futura esposa, una antigua empresa en la que trabajé, me rescató del abismo y estabilizó mi economía lo suficiente como para poder quedarme.
No llegué a apuntarme a una de estas agencias, aunque tenía nombre y teléfono y un contacto de alguien que me hubiera enchufado. Estaba decidido a quedarme, y para esto, haría lo que tuviera que hacer.

Aunque esta primera parte tiene indicios sexuales, no es, quizá, lo que el título sugiere. Aun lo dejaré un poco más adelante. Sigue leyendo.

No estaba en mis planes volver a trabajar en gasolineras, me costó una guerra de trabajo y sacrificio el lograr una formación que me permitiera abandonar este inóspito oficio, más aun de los turnos de noche, cosa prohibidísima por mi neurólogo, pero dadas las circunstancias socio-económicas actuales, me puedo considerar un afortunado de tener un trabajo.

La estabidad económica me devolvío a las órbitas que antaño tuve que abandonar. Volví a mi antiguo club de tenis, donde una mañana en el gimnasio, mientras trotaba alegremente en la cinta, como un cervatillo en el bosque, una de las potenciales tenistas profesionales que se "crían" en el club, que es además, centro de alto rendimiento, se fijó en el logotipo de mi camiseta.

Durante el tiempo que estuve lejos de casa, organicé un torneo de tenis anual, llamado "Mar Menor Open", através de una página web, me consta, muy seguida en el mundo del tenis. No es de extrañar, que jugadores de cualquier tipo visiten sus páginas, y por descontado, leyeran sobre el enorme "cacao" que se montó durante la última edición, que se destinó a la recogida de alimentos para una asociación benéfica. No me apetece rememorar aquella bronca "infantil", de modo que seguiré diciendo que la jugadora antes mencionada, se dirigió a mí, y me preguntó sobre si había jugado el torneo. Un rato después, tras contarle que era el organizador y que ella se revelara como visitante habitual de la web, me comentó que no le había parecido justo en absoluto como se habían portado conmigo y mi torneo. Aquello me arrancó una sonrisa por tan inesperado apoyo, y tan a destiempo, pero siempre va bien recibir una palmadita en al espalda.
Todo esto no tiene nada de sexual, pero recordar aquella histórica bronca, alrededor de un torneo benéfico, me da bastante "por culo", con lo que es todo cuestión de perspectiva, aunque sigue sin ser lo que algunos andáis buscando.

Hay que decir que no fue la única anécdota del verano.

Durante las cálidas noches estivales, entre manadas de jóvenes que van y vienen, encerrado tras mi cristal blindado, me han visitado seres extraños como ya relataba en "visitantes de la noche", aunque varios de ellos quedan retratados allí, no están todos los que son.

Poco después del fin de las clases, con las calles inundadas de adolescentes, pude observar, atónito, como un grupo mixto, que desfilaba ruidosamente por la otra acera, se detenía y se ponía a charlar enfrente de mi "pecera", lanzándome esporádicas miradas furtivas desde el otro lado de la carretera. Esto despertó mi curiosidad, preguntándome que estarían tramando, cuando sucedió lo que menos me esperaba.
Una de la chicas del grupo, se quitó la camiseta y, en sujetador, se dirigió a mí y me dijo algo así como:

-"Estoy muy sola y quiero saber si vendes consoladores"

Lo que no se esperaba era que le preguntara si lo quería manual, a pilas, de sabores o en forma de barra de pan. Ante la cara de tierra-trágame, decidí poner fin a aquella extraña situación, preguntándole si había perdido una apuesta, para ir por la calle con un sujetador medio-transparente, a lo que me contestó, con una naturalidad pasmosa con un "algo así" y volvió rápidamente con su grupo.

La noche de San Juan fue otra de esas noches. Quizá el bochorno que impide dormir, el ambiente festivo en las calles, o las muchas copas que llevaban encima algunas, les llevó a intentar arrancarme de mi puesto de trabajo para meterme en su cama al finalizar mi turno. Mención especial a una vecina de la estación de servicio, que tras llamar desde la gasolinera a su banco y bloquear sus tarjetas porque, decía, se las había robado, se quitó la falda y me la dejó en la ventanilla, marchándose "tan fresca", no sin antes invitarme a subir. La falda se pasó allí días, hasta que un miércoles, después de mis días de fiesta, me contaron que la dueña la había recuperado. Nunca volví a ver a aquella chica cara-a-cara, de vez en cuando la veo cruzar la calle, siempre manteniendo la distancia con la tienda.


La conclusión a esta parte de la historia, es que si quieres sexo gratis, trabaja de noche en una gasolinera que esté cerca de una discoteca... o como dijo aquel, todo lo que busques, lo tendrás al alcance de tu mano.

El miércoles me reincorporo al trabajo, después de mis merecidas vacaciones... así que supongo que... ¿Continuará?