viernes, 10 de junio de 2016

Vigilados.

Hasta hace relativamente poco, no era lo más común ver a un padre empujando un carrito, o cargando una mochila con un bebé, sin la directa y responsable supervisión de un miembro del género femenino, como si el ser el-padre-de-la-criatura, copartícipe en la exigente tarea de criar a una pequeña personita, no fuera suficiente entrenamiento a la hora de poder hacerse cargo de las tareas que la paternidad exige y, como si el ser mujer, capacitara totalmente a todas las féminas para dicha misión.

Incluso mi señora pertenece a esta corriente, e intuyo, que tuvo que ser duro para ella volver al trabajo y dejar a nuestro retoño a mi cuidado cada mañana. No quiero decir que no se fiara de mí pero seguro que no lo hizo hasta que volvió a casa unas cuantas veces y, tras pasar una exhaustiva revisión de la salud y entereza del pequeño, comenzó poco a poco a marcharse de casa sin tener yo que echarla a la calle, que no a fiarse de mis cuidados y capacidades al-cien-por-cien.

Según puedo comprobar, la adaptación de la sociedad al nuevo papel del "papá-canguro" es lenta, casi agónica. Muchas veces voy paseando por la calle, acompañado de mi hijo, al parque o a cualquier otro sitio, y puedo notar las atentas miradas de un significativo número de féminas, con el instinto materno "en-alerta-máxima", escrutando cada movimiento que hago hacia "el peque", supervisando cada sorbo de agua que le doy y analizando cada contracción muscular que hace que pueda sacarlo del carrito. Incluso, cuando hago la compra, noto un mayor flujo de personas del género contrario investigando mis adquisiciones. No quiere decir que haya pillado a ningún activo de la red "mamás-solidarias" revisando la caducidad de los potitos que adquiero, o que no haya notado que la talla de pañal que he depositado, en el fondo del carro, no fuera la correcta y se hubiera rectificado por sí misma, pero seguro que, en cuanto me doy la vuelta, las fechas y tallas son revisadas disimuladamente.

Sí, sí... lo sé. Cuaquiera puede usar un blog anónimo en la red para hacer acusaciones infundadas, circunstanciales y sin argumentos sólidos que las respalden, pero... ¿y si puedo aportar mis pruebas?

Sucedió hace unos meses. Había quedado en reunirme con "la-señora-ojos-del-gato" en una céntrica y conocida parada de tren y metro del centro de Barcelona. Hasta allí, me había desplazado en un cercanías y, como llegaba con antelación, cosa habitual en mis costumbres, me dispuse a darle un potito de fruta a mi peque a modo de merienda.

Ya en el desplazamiento hasta allí me había dado cuenta de que, la mayoría de mujeres en edad de ser madres que había en el andén, se colocaban a mi alrededor, a modo de escolta-asistencia-urgente para cualquier imprevisto. Subieron distraidamente y se ubicaron estratégicamente a lo largo y ancho del vagón. En cuanto me distraía un poco para revisar el correo, o mirar por la ventana, notaba alguna presencia comprobando pañales y toallitas en la mochila. 

Dos de mis disimuladas acompañantes me ayudaron a bajar hasta el andén, abarrotado para variar, pero una buena samaritana me cedió el sitio, otro miembro de mamás-en-alerta, seguramente, al verme con la merienda del niño en la mano y con intención de alimentarle.

Ya por aquel entonces habian empezado a salirles los dientes a mi pequeño cachorro. Cualquier padre que se precie sabe, que cuando le salen los dientes, la comida administrada con tanto cariño, a veces también abandona el cuerpo del bebé por vía urgente. Las mamás no les hacen falta aprenderlo, lo llevan escrito en el ADN y son capaces de adelantarse, varios minutos, a la afrutada regurgitación de la criaturillla en cuestión.

Los trenes y los minutos pasaban. Gracias al trasiego, mi pequeña réplica genética estaba entretenida investigándolo todo, con mirada curiosa, comía sin problemas. También hay que decir que, la mayoría de las veces, este niño, zampa como una lima
.
Mientras terminábamos la merienda, cada vez, notaba más ojos pendientes de la escena, más mujeres acercándose como leonas, como atraídas por el olor de la presa débil e indefensa, intuyendo que, tras la última cucharada, justo después de tirar a la basura el envase, una proporción muy alta de papilla iba a salir disparada desde el estómago de su huesped. Y así fué.

Apenas si tuve tiempo de poner el babero a modo de bandeja e intentar controlar la dirección de su contenido hacia el suelo, no con demasiado éxito, por lo que el saco, la ropa del bebé, mi propia ropa y todo lo que había en un radio de dos-o-tres-metros, se pudo ver afectado por semejante "explosión". Enseguida le saqué del carrito intentando minimizar las manchas y el consiguiente olor a manzana, plátano y naranja que ya flotaba en el ambiente, cuando un número indeterminado de mamás-en-potencia acudió en mi auxilio.

Una de las mujeres sacó una bolsa de-no-sé-dónde y metió el babero y la chaqueta manchada, otra más me sujetó al niño, que sonreía como un poseso, mientras intentaba limpiar y reacondicionar el saco, otras dos manos se sumaron y comenzaron a pasar una toallita húmeda por la cara y las manos del afectado y, enseguida, me encontré con que apenas si tenía algo que hacer entre tan numerosas, y expertas, manos.

La conversación no se hizo esperar en formas de sabias anécdotas de cuando una y otra les pasaba algo parecido. Recibi más información en dos minutos que horas-de-video-en-Youtube durante una semana. Momentos después de la ayuda solidaria podría haber escrito varios tomos del libro "¿Cómo sujetar, limpiar y reacondicionar a un bebé que acaba de vomitarse encima" a la venta el próximo mes de septiembre. 

Pasaron unos minutos más charlando, como vigilando cualquier nuevo incidente y, tan rápido como aparecieron, ante una discreta señal, se dispersaron unos segundos antes de que apareciera "la-responsable-titular" para hacerse cargo de la situación.  

No me pareció sorprendida. Cuando llegaba, estaba guardando el móvil y, en una furtiva mirada, pude ver lo que parecía una foto "del incidente" del potito. Estoy seguro de que todo lo que pasó fue retransmitido (vía satélite) y coordinado de forma experta por un comité de abuelas desde alguna guarida secreta.