Aunque no lo parezca,
esto no va a ser un blog de tenis, a pesar de que las dos primeras
historias traten principalmente de este deporte.
Con
gran pesar, debo aceptar que tengo que jubilar a mi raqueta. El último
partido que jugué con ella fue realmente su último partido, aunque hay
que reconocer que su última actuación, aun accidental, fue realmente
espectacular.
Venía
de una semana en la que no había dormido mucho, esa noche fue realmente
soporífera y a lo largo de la mañana, el patio de luces al que da mi
habitación, se había llenado de ruidos que, normalmente, o no oigo o no
se producen, además de un par de llamadas por teléfono y algún que otro
grito descontrolado que terminaron de romper mi ciclo de sueño, así que
al final me levanté una hora antes de lo que debía y somnoliento me fui
al club, a la espera del partido para el que había quedado. Al menos
allí me podría tomar un café y tratar de espabilarme.
Me
estaba costando sujetar la raqueta, tenía la mano muy tonta, aunque no
pensaba retirarme. Me estaba calentando y ya empezaba a disfrutar con el
partido, muy disputado, que la mano estuviera un tanto adormilada no
era más que un detalle sin importancia. Durante el partido, la raqueta
se me había caído un par de veces, pero nada presagiaba que el siguiente
punto iba a ser el que la llevaría a la jubilación. Estaba “restando”
es decir, mi contrincante estaba al saque, y lo cierto es que lo hacía
muy bien (todo lo que sabe lo aprendío de mí). El juego estaba empatado,
30-30, y mi rival ya botaba la pelota concentrándose para retomar el
saque. Pude intuir lo que pensaba, iba a lanzar la bola contra mi revés,
mi peor golpe, aun así intentaría ganar el punto haciendo un "winner"
esto es, soltar un leñazo tal a la bola, que el rival ni la viera
pasar... Se produjo el saque, yo me moví con acierto, armé el brazo
llevando atrás la raqueta, la incliné para liftar el golpe, adelanté el
pie derecho y lancé mi peso hacia delante para golpearla bola con mayor
potencia... el impacto fue bueno, centrado, la bola liftada volaba hacia
la esquina, un paralelo digno del mismísimo Richard Gasquet, pero algo
ocurrió mientras completaba el movimiento del brazo hacia delante y
luego arriba, la empuñadura de la raqueta se me fue de la mano y tras
pasar volando por encima de la valla de más de 3 metros de alto, fue a
golpear ruidosamente contra el hormigón que forma el suelo de los
pasillos que distribuyen las pistas. Mi rival se rió, yo en un
principio, mientras la veía volar también, más que nada por lo tonto de
la situación, pero cuando escuché el sonido de mi Prince O3 speedport
contra el duro suelo noté un escalofrío por la espalda. Un pistero que
pasaba por allí y que vío aterrizar la raqueta, dirigío la mirada al
cielo, probablemente desconcertado ya que está acostumbrado a ver
entrenar a profesionales en esas pistas y a ninguno se le escapa la
raqueta. Quizá se preguntaría si el cambio climático haría llover
raquetas, pero luego me vío corriendo hacia él, con cara de apuro y su
expresión cambío. Una vez llegué junto a ella, la recogí ante la mirada
de desaprobación del pistero. Un poco rallada, con un desconchón, pero
parecía estar bien...
Volví
a la pista,pedí disculpas a mi rival y continuamos con el partido. La
bola entró, hubiera dicho John Mcenroe (o como se escriba) la marca en
la mismísima esquina, sobre la linea, era más que evidente, 30-40.
Mi
contrincante, el mismo que apareció en la anterior historia, volvío a
sacar, esta vez a mi derecha... una vez más impacté la bola, pero
entonces me percaté de que sonido de la raqueta había cambiado, vibraba
demasiado a pesar de que el cordaje parecía estar bien y el antivibrador
seguía en su sitio. El siguiente golpe lo mismo, y el otro y el otro...
Empecé a preocuparme, repasé el marco una y otra vez durante el
partido, no se veían grietas, solo las marcas de juego y las señales del
aterrizaje forzoso, donde había perdido algo más de pintura. No me
quedó más remedio que cambiar a mi segunda raqueta, incluso ante las
protestas de mi codo, una vieja Wilson, que pesa lo mismo que un coche
pequeño y que suelo llevar por si rompo cuerdas en pleno partido.
Después de la epicondilitis que pasé, debí deshacerme de ella, pero
nunca me puse a buscarle una sustituta y ahora sólo tenía la opción de
retirarme o acabar el partido con ella. Para mí retirarme no es una
opción, pero a mi rival se le terminó el tiempo y se tuvo que marchar
cuando alcanzamos el 5-5, así que técnicamente, gané el partido, aunque
eso para mí ya no tenía importancia.
Guardé
la Wilson y saqué de su funda la Prince para, de camino a las duchas,
poder observala con más detenimiento. Me crucé con un socio con el que
había jugado en mi anterior etapa en el CIT, y tras saludarlo, le conté
que había pasado.
Carles
es como el maestro Yoda de Star Wars, salvo por el color verde del
personaje, todo lo demás es igual. Habla raro, un dialecto del catalán
de la zona del Valle de Arán, parece un hombre frágil, pero en la pista
se mueve como si en lugar de piernas tuviera muelles.
Observó
la raqueta con detenimiento y tras varios “ummmm”, “ya veo” y
“ahammmsss” me la devolvió. Con expresión triste, su aranés cerrado y a
ratos incomprensible, me dijo: “De raqueta que cambiar tienes joven
Jedi, ahora en el lado oscuro está, repararla no puedes” El maestro
había concluido en que tenía una grieta interna y que en cualquier
momento se podía rajar.
La
recogí y con expresión triste me encaminé a las duchas, los socios
levantaron sus raquetas para hacer con ellas un “pasillo de honor”. En
el los altavoces de todo el club resonaba la canción “algo se muere en
el alma (cuando una raqueta se va)” interpretada a duo, en “Do Menor”,
por Roger Federer y Bjorn Borj. Ahora mi querida Speedport, la raqueta
con la que había jugado en los últimos años, con la que había jugado (y
perdido) casi todos los partidos de mi torneo, la que me había
acompañado ante la tele en muchas finales de Roland Garros, Wimbledon,
Copa Davis, ya estaba en el cielo de las raquetas, donde nadie las
golpea contra la pista porque ha fallado el punto, donde las pistas son
de algodón y la tierra batida no araña la pintura, donde las bolas son
de nube y los cordajes no sufren la pérdida de tensión por el impacto de
saques asesinos... Que descanse en paz!
Ayer
fui a elegir una sustituta. La historia de mi raqueta había corrido
entre todas las raquetas de los alrededores, su vuelo ya es una leyenda
solo comparable a la del “Spirit of St. Louis” y el mito del político
honrado. A mi paso, todas las raquetas de la tienda guardaron un
respetuoso silencio en recuerdo de su compañera desaparecida y solo una
Prince O3 tour + (en oferta) como la que usa Gael Monfils, se ofrecío
valiente. La cogí y examiné con detenimiento, la sopesé y la agité en el
aire. ¿Que hubiera dicho el maestro Yod... Carles de ella? Al final fue
la elegida, y me la llevé conmigo. Esta mañana se la presenté a Carles,
que la recogío con mimo entre sus manos expertas, la volteó un par de
veces e hizo un gesto de aprobación... El resto ya es otra historia...
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