Hace unos días, nada más incorporarme de la
cama, sentí un dolor intenso en el pecho que se extendía hacia mi brazo
izquierdo y la espalda. Tras la punzada inicial, me quedé sentado al
borde del colchón, tratando de encontrar alguno de los signos que me
indicara que no estaba teniendo un infarto, tras unos segundos no fui
capaz de encontrar la falta evidente de alguno de ellos, entonces mi
experiencia activó mi instinto de supervivencia y buscó en cada rincón
de mi cerebro todos los infartos que había antendido y cada palabra que
había leído sobre el tema.
Lo primero que recordé, fue una
estadística leída una noche de guardia en una ambulancia, un 12% de las
personas que sufre un infarto, lo tiene al levantarse de la cama. ¡Bien!
un cachondo mi cerebro, no necesitaba esta información, francamente. El
siguiente dato que me llegó, fue que toser cada dos segundos,
temporalmente, pueden mantener en marcha el músculo cardíaco, ya que la
presión del diafragma sobre el corazón hace un poco de "masaje", así que
sin prisa pero sin pausa, tosiendo cada dos segundos, me fui vistiendo y
salí al centro médico con el móvil en una mano y la tarjeta sanitaria
en la otra.
No tuve que esperar a pesar de lo lleno del
ambulatorio, la combinación de palabras "dolor y pecho" activan todas
las alarmas y, antes que me diera cuenta, apareció una enfermera a mi
lado que me llevó a la sala de curas más equipada. Traté de relajarme,
me encontraba un poco alterado, ya que paso por paso, me estaban
aplicando el protocolo de infarto: electrocardiograma, tensión, carro de
paradas en la esquina, dos enfermeras, una doctora y todos los
estudiantes de enfermería y medicina del ambulatorio en la esquina, como
buitres, esperando que "el de la camilla" estuviera a punto de fibrilar
y tuvieran la oportunidad de ver como "chispan" a alguien, como yo
mismo hice en hospitales y servicios de ambulancia, a los que fui en
apoyo de una medicalizada.
En los cinco primeros minutos, la
posibilidad de tener un infarto estaba descartada, pero mis constantes
no eran los que debían para una persona de 34 años. Casi todos los
buitres habían "levantado el vuelo" y ya solo quedaban una enfermera y
la doctora en la consulta. Tras la anamnesis, es decir, "la entrevista"
para recabar los datos de la historia clínica, la cosa se fue aclarando.
Había estado bastante resfriado en los últimos días y el virus había
viajado hacia el pericardio y este se había inflamado, en opinión de la
doctora. Este diagnóstico aclara unas cuantas cosas. Hacía un par de
días mi médico me había dicho "ya estás un poco viejo para partidos tan
largos" cuando le conté que notaba presión en el pecho cuando jugaba más
de una hora... que tenía que hacer un entrenamiento más específico para
alguien "de mi edad". ¡La madre que lo parío! ya me veía haciendo
viajes con el IMSERSO y enfrentándome en partidos "light" contra los
jubilados del club.
Ya hace tiempo que de vez en cuando me he
descubierto pensando como mi abuelo, cuando al cruzarme con "manadas" de
jovenzuelos, he empezado a pensar "que no parecen tramar nada bueno",
"que vaya pintas que llevan", o "que desde luego en mis tiempos, los
jóvenes no íbamos así..." Vas en el metro escuchándolos, porque hablan a
gritos, y te das cuenta que mientras te has hecho adulto, se ha
inventado un nuevo idioma, ya que no entiendes una palabra de lo que
dicen... Ya será hora pues, de hacer "cosas de adulto" es decir,
casarse, hipotecarse y reproducirse, porque de quíen te vas a quejar
mejor y más agusto que de tus propios hijos.
En esto estaba pensando,
sentado en un parque, con unos piratas que dejaban asomar el tatuaje de
mi pierna, cuando caí en la cuenta de un "yayo" que agarraba con fuerza
el bastón y me observaba con desasosiego bajo un sombrero y desde
detrás de unas gafas de culo de vaso, quizá, pensando que "en sus
tiempos los jóvenes decentes no se tatuaban", "que no debía estar
tramando nada bueno" o "que vaya pintas con esos pantalones".
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