sábado, 20 de octubre de 2012

La edad no perdona

Hace unos días, nada más incorporarme de la cama, sentí un dolor intenso en el pecho que se extendía hacia mi brazo izquierdo y la espalda. Tras la punzada inicial, me quedé sentado al borde del colchón, tratando de encontrar alguno de los signos que me indicara que no estaba teniendo un infarto, tras unos segundos no fui capaz de encontrar la falta evidente de alguno de ellos, entonces mi experiencia activó mi instinto de supervivencia y buscó en cada rincón de mi cerebro todos los infartos que había antendido y cada palabra que había leído sobre el tema.

Lo primero que recordé, fue una estadística leída una noche de guardia en una ambulancia, un 12% de las personas que sufre un infarto, lo tiene al levantarse de la cama. ¡Bien! un cachondo mi cerebro, no necesitaba esta información, francamente. El siguiente dato que me llegó, fue que toser cada dos segundos, temporalmente, pueden mantener en marcha el músculo cardíaco, ya que la presión del diafragma sobre el corazón hace un poco de "masaje", así que sin prisa pero sin pausa, tosiendo cada dos segundos, me fui vistiendo y salí al centro médico con el móvil en una mano y la tarjeta sanitaria en la otra.

No tuve que esperar a pesar de lo lleno del ambulatorio, la combinación de palabras "dolor y pecho" activan todas las alarmas y, antes que me diera cuenta, apareció una enfermera a mi lado que me llevó a la sala de curas más equipada. Traté de relajarme, me encontraba un poco alterado, ya que paso por paso, me estaban aplicando el protocolo de infarto: electrocardiograma, tensión, carro de paradas en la esquina, dos enfermeras, una doctora y todos los estudiantes de enfermería y medicina del ambulatorio en la esquina, como buitres, esperando que "el de la camilla" estuviera a punto de fibrilar y tuvieran la oportunidad de ver como "chispan" a alguien, como yo mismo hice en hospitales y servicios de ambulancia, a los que fui en apoyo de una medicalizada.

En los cinco primeros minutos, la posibilidad de tener un infarto estaba descartada, pero mis constantes no eran los que debían para una persona de 34 años. Casi todos los buitres habían "levantado el vuelo" y ya solo quedaban una enfermera y la doctora en la consulta. Tras la anamnesis, es decir, "la entrevista" para recabar los datos de la historia clínica, la cosa se fue aclarando. Había estado bastante resfriado en los últimos días y el virus había viajado hacia el pericardio y este se había inflamado, en opinión de la doctora. Este diagnóstico aclara unas cuantas cosas. Hacía un par de días mi médico me había dicho "ya estás un poco viejo para partidos tan largos" cuando le conté que notaba presión en el pecho cuando jugaba más de una hora... que tenía que hacer un entrenamiento más específico para alguien "de mi edad". ¡La madre que lo parío! ya me veía haciendo viajes con el IMSERSO y enfrentándome en partidos "light" contra los jubilados del club.

Ya hace tiempo que de vez en cuando me he descubierto pensando como mi abuelo, cuando al cruzarme con "manadas" de jovenzuelos, he empezado a pensar "que no parecen tramar nada bueno", "que vaya pintas que llevan", o "que desde luego en mis tiempos, los jóvenes no íbamos así..." Vas en el metro escuchándolos, porque hablan a gritos, y te das cuenta que mientras te has hecho adulto, se ha inventado un nuevo idioma, ya que no entiendes una palabra de lo que dicen... Ya será hora pues, de hacer "cosas de adulto" es decir, casarse, hipotecarse y reproducirse, porque de quíen te vas a quejar mejor y más agusto que de tus propios hijos.
En esto estaba pensando, sentado en un parque, con unos piratas que dejaban asomar el tatuaje de mi pierna, cuando caí en la cuenta de un "yayo" que agarraba con fuerza el bastón y me observaba con desasosiego bajo un sombrero y desde detrás de unas gafas de culo de vaso, quizá, pensando que "en sus tiempos los jóvenes decentes no se tatuaban", "que no debía estar tramando nada bueno" o "que vaya pintas con esos pantalones".

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